domingo, 11 de agosto de 2013

El alma de los muebles.

Llegan y se van, llegan olvidados, maltratados o simplemente con ganas de aires nuevos. Se van con nuevos bríos, luminosos, se van llevando colores que alegran el alma...verdes, turquesas, rojos, amarillos, lilas, decapados, patinados o lustrados...levantan vuelo propio.
Todas las cosas cuentan historias de tiempos pasados, el espejo familiar que perteneció a una abuela, la silla encontrada en la calle descartada por alguién, la mesa que siempre fue de una manera y quiere actualizarse, muchas abuelas, tíos, padres o dueños ignotos viven en esas maderas. Me pregunto cuando los miro cuantas manos acariciaron sus superficies, cuantos cumpleaños, bodas o duelos vivieron esas mesas? cuantas caras se reflejaron en la superficie líquida de un espejo? cuanta gente de todas las edades se sentaron en esas sillas y sillones?
Ellos hablan por si mismos y de alguna u otra forma nos van diciendo lo que necesitan, no todos quieren pintura, algunos solo un poco de lustre, otros no...otros piden a gritos un nuevo color, una raya aquí o allá, alguna flor o una palabra escrita. Me gusta personalizar las cosas, que una no sea igual a otra (para eso están las fábricas de muebles, para producir en serie objetos que no se diferencian entre sí), por eso siempre propongo que se les de ese toque de magia, una vuelta de tuerca, que el mueble sea de tal o cual persona y que se note a su dueño en él. Allí reside la diferencia entre hacer y crear